lunes, 5 de septiembre de 2011

Testimonios de Alumnos en la Educación de Adultos

Va a clases con su hija
Atender todas las explicaciones del profesor, amamantar a un bebé, tomar apuntes. Simultáneamente parecieran tareas incompatibles, pero Romina Ortiz se animó y se acercó al BSPA. Melina, de un año y medio, es hoy la mimada del BSPA que funciona en la escuela Delfín Leguizamón, de barrio Santa Cecilia. Desde los cinco días de vida va a clases con su mamá, una joven de 20 años que está terminando la secundaria.

Los primeros balbuceos, el primer diente, los primeros pasos de la beba fueron admirados por compañeros y profesores de Romina. Hay noches en las que no sabe cómo hacer para acallar el llanto de la niña y la incomodidad se apodera de la joven madre. La nueva etapa y las ansias del título implican ahora un doble sacrificio a superar.

“Ella es muy chiquita y no tengo quién me la cuide en casa. El BSPA me brinda la oportunidad de terminar mis estudios y asumo este desafío porque necesito el título”, admitió Romina, con evidente madurez. En las horas de clase no faltan canciones de arrullo y hasta brazos de profesores acunan a Melina mientras su mamá rinde un examen.

 Bony saldó una deuda
Tenía 51 años, seis hijos y cuatro nietos y se animó a abrir una nueva y desafiante etapa de su vida: volver a la escuela. Para Bony Florenciañez fue un paso muy difícil, porque ella no sabía leer ni escribir. No había tenido la posibilidad de terminar la primaria, y mucho menos había realizado la secundaria. El núcleo educativo que funciona en la Escuela Uriburu y el BSPA de la Jacoba Saravia le permitieron saldar esa deuda y no ser analfabeta.

“Hoy puedo leer una noticia, interiorizarme de la actualidad sin pedir ayuda a alguno de mis hijos”, contó Bony con satisfacción por la tarea cumplida. Atrás quedaron los recuerdos de cuando deletreaba en silencio con la mirada esquiva disimulando su ignorancia.

Es una mujer amorosa, risueña y sencilla. Sus manos curtidas por el trabajo de años en casas de familias doblaron el esfuerzo entre 2004 y 2009: de día limpiaban y de noche escribían.

Bony hoy tiene 58 años y una nieta más. En las tardes le lee cuentos infantiles cortos de la tortuga, el avestruz y el elefante, que no pudo contar a ninguno de sus hijos.

Fuente: Diario El Tribuno

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